Esto es una traducción de dos hilos de X, procedentes de la cuenta professional hog groomer @bidetmarxman
Es imposible comprender la actual amenaza existencial que Estados Unidos siente por parte de China sin entender primero lo que le ocurrió a Japón hace 37 años.
Esta es la historia del Acuerdo Plaza
Cuando Japón salió destrozado de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se propuso establecer una base de operaciones avanzada desde la que combatir el comunismo en Asia. Así que en la primavera de 1949, bajo la ocupación aliada, Japón se unió a un sistema de gestión monetaria liderado por EEUU conocido como el acuerdo de Bretton Woods.
El acuerdo vinculaba las monedas de las mayores economías al dólar estadounidense, y éste al oro, estableciendo el dólar como moneda de reserva mundial. Como concesión, Estados Unidos permitió a Japón vincular el yen al dólar a un tipo favorable de 360:1, lo que impulsó la economía exportadora japonesa.

Aunque en un principio fue tolerable, el rápido crecimiento de la industria exportadora japonesa en la posguerra le permitió superar rápidamente a la estadounidense al producir bienes de calidad similar a un tercio del precio. Esto provocó una importante reacción antijaponesa en Estados Unidos, especialmente entre los trabajadores del sector del automóvil.

Como resultado de este crecimiento, los expertos empezaron a predecir en los años 70 que Japón podría superar a Estados Unidos como la mayor economía del mundo a finales de siglo. Esta tendencia se aceleró cuando EEUU se vio afectado por el embargo petrolero de 1973.

Mientras tanto, en Estados Unidos, la costosa guerra de Vietnam, el elevado gasto social y la creciente balanza comercial negativa se financiaban mediante la impresión de dinero. Pero casi tan pronto como se imprimían, estos dólares recién acuñados abandonaban el país a través de la balanza comercial negativa de Estados Unidos.
Como resultado de esta inflación monetaria, cada vez estaba más claro que el dólar estaba sobrevalorado en relación con su atadura fija de oro y, en 1968, esta sobrevaloración se manifestó como un colapso del pool de oro de Londres, cuando las crecientes deudas de EE.UU. provocaron una pérdida de confianza en el dólar.
En 1971, Nixon intervino para hacer frente a la creciente inflación estableciendo controles de precios internos y un arancel general de importación del 10%. También puso fin oficialmente a la convertibilidad directa del dólar en oro, desvinculando el dólar y poniendo fin a la era de la moneda fiduciaria.

Con el dólar sin ataduras, ahora podía derivar hacia su «verdadero» valor. En el 73, el dólar volvió a devaluarse frente a su tipo oficial, mientras el precio del oro seguía subiendo. Poco después, Japón y la CEE se vieron obligados a dejar flotar sus monedas, poniendo fin al sistema de Bretton Woods.

Con el dólar en plena crisis, a finales de los 70 se produjo la peor inflación de Estados Unidos en décadas. Cuando Reagan asumió el poder en el 81, la inflación había entrado en crisis. Para controlarla, la Reserva Federal subió los tipos de interés al nivel más alto de la historia, con el tipo preferente en agosto del 81 en el 20,5%.

Aunque finalmente se consiguió controlar la inflación, fue a costa de una drástica desaceleración económica y un desempleo masivo. Lo que siguió fue una era de tipos de interés más bajos, recorte del gasto social, impuestos regresivos y gasto militar masivo, también conocida como «Reaganomics».
Las políticas de Reagan de gasto militar y de recorte de los ingresos fiscales provocaron una explosión del déficit. Este gasto deficitario, combinado con la contracción de las exportaciones estadounidenses, necesitaba financiarse de alguna manera. Y la solución elegida fue vender la deuda.

Como consecuencia de los elevados tipos de interés de principios de los 80, combinados con una avalancha de nueva deuda pública que entraba en el mercado, la demanda de dólares se disparó, y entre 1980 y 85 el dólar se apreció frente a las monedas de las cuatro economías siguientes en la friolera de un 50%.

Aunque fue una buena noticia para el coste de los bienes importados, este dólar fuerte fue desastroso para las exportaciones estadounidenses y contribuyó a un mayor colapso de la fabricación nacional.
Pero, ¿quién compraba toda esta deuda?
Japón. En 1985, las entradas de capital atraídas por los altos tipos de interés hicieron que Japón poseyera más bonos del Tesoro que ningún otro país. Pero, ¿por qué comprar sólo bonos del Tesoro?

Porque tras el colapso de Bretton Woods, EE.UU. empezó a estipular que los dólares acumulados a través del superávit comercial no podían utilizarse para comprar grandes empresas estadounidenses, permitiendo únicamente que se reciclaran de nuevo en la economía estadounidense para comprar títulos de deuda.
Con ello, el dólar se asentó por fin sobre una base aparentemente más estable que el oro: el reciclaje de dólares. Este reciclaje se convirtió en la forma en que EE.UU. ha sido capaz de mantener tanto un déficit presupuestario como un déficit de balanza de pagos año tras año, aparentemente sin consecuencias.

Y mientras los países exportadores obtienen un rendimiento pequeño pero estable de estos títulos estadounidenses, financian inadvertidamente el coste de rodearse de 800 bases militares estadounidenses, que luego se utilizan para doblegar a cualquier país que intente formar alternativas a este sistema del dólar.
Pero este sistema de mantenimiento del dólar creó un nuevo problema: un endeudamiento excesivo con un solo país supondría una amenaza estratégica. Y como Japón era ahora el principal tenedor de deuda, Estados Unidos necesitaba echar un freno al motor que impulsaba el creciente apalancamiento de Japón: El Acuerdo del Plaza
El Acuerdo del Plaza, que reunió a los líderes de las cinco principales economías en septiembre de 1985, fue diseñado para impulsar las exportaciones manufactureras y agrícolas de Estados Unidos y reducir el valor de los instrumentos del Tesoro estadounidense adquiridos con los excedentes comerciales de otros países. Al menos sobre el papel.
Pero el verdadero objetivo del acuerdo era paralizar la economía manufacturera de Japón. El plan tenía dos partes. La 1ª parte consistía en disminuir el valor del USD, mientras que la 2ª era desregular la economía japonesa, flexibilizar la política monetaria / liberalizar los mercados y recortar el gasto público.

Para lograr lo primero, Alemania acordó deshacerse de una parte masiva de sus reservas de divisas en USD, inundando los mercados de USD e impulsando el valor relativo a la baja. El superávit real de USD que entró en el mercado tuvo menos impacto que la amenaza implícita de una mayor intervención.
Casi de la noche a la mañana, el mayor valor relativo del yen hizo que las exportaciones japonesas fueran mucho menos competitivas. Al mismo tiempo, el capital japonés se vio incentivado por la desregulación de la economía japonesa, respaldada por Estados Unidos, hacia el sector inmobiliario, el mercado bursátil y aún más bonos del Tesoro estadounidense.

La desregulación que siguió también hizo que el capital extranjero fluyera hacia Japón como una manguera. El índice bursátil de Tokio subió un 49% el año siguiente a los acuerdos. En 1989, había subido un 300% y las acciones japonesas representaban casi la mitad de la capitalización bursátil mundial.
A medida que el nuevo crédito barato creado por el Banco de Japón se concentraba en el sector inmobiliario japonés, comenzó a crecer una enorme burbuja de precios de los activos.

En 1987, Washington se empeñó aún más en quebrar la base manufacturera de Japón imponiendo aranceles del 100% a importaciones japonesas por valor de 300 millones de dólares, bloqueándolas de hecho del mercado estadounidense.

Con el tiempo, el frenesí financiarizado de Japón tuvo que llegar a su fin. En vísperas de 1990, las burbujas inmobiliaria y bursátil estallaron finalmente, provocando un colapso generalizado y un estancamiento sostenido del crecimiento económico de Japón, dando comienzo a un periodo conocido ahora como «las décadas perdidas».

Y mientras las exportaciones japonesas se encarecieron de la noche a la mañana, el capital productivo no pudo desplazarse con la misma rapidez. Tuvieron que pasar otros 5 años desde el estallido de la burbuja financiera para que la producción real de Japón empezara a disminuir.
¿Hacia dónde se desplazó la producción? En respuesta a los aranceles, parte de la producción, como la de los fabricantes japoneses de automóviles, se trasladó a Estados Unidos, mientras que el resto, especialmente los productos electrónicos, se trasladó a China.

Dado que este resultado exacto era en gran medida predecible desde el principio de los acuerdos, ¿por qué aceptó Japón subordinar tan completamente su propia economía a los intereses estadounidenses? Porque la ocupación estadounidense de Japón tras la Segunda Guerra Mundial nunca terminó.
Después de que la mayor parte de la izquierda política japonesa fuera eliminada tras la Segunda Guerra Mundial en la Purga Roja, respaldada por Estados Unidos, los políticos y miembros del partido que quedaban en la derecha política se unieron en el Partido Liberal Democrático (PLD), con una notable «ayuda» de la CIA.

Desde entonces, Japón ha estado gobernado por este partido único durante todos los años menos nueve. Lejos de ser una extraña peculiaridad del conservadurismo japonés, esta coherencia política ha estado inquebrantablemente al servicio de los intereses estadounidenses.
Y no hay mejor demostración reciente de ese servilismo que Okinawa.

Como uno de sus primeros actos como Secretaria de Estado de Obama, Hillary Clinton voló a Japón para firmar el «Tratado de Guam» en febrero de 2009. El tratado obligaba a Japón a construir y pagar una nueva base estadounidense en Okinawa y a contribuir con una enorme suma a la construcción de otra en Guam.
Creció la resistencia popular a la nueva base estadounidense en Okinawa. Durante las elecciones japonesas de 2009, el candidato de centro izquierda Yukio Hatoyama hizo campaña sobre la eliminación de la base estadounidense en Okinawa. Se montó en esta ola para ganar con una victoria aplastante, poniendo fin a 54 años de gobierno del PLD.
Hotoyama se puso rápidamente manos a la obra para normalizar las relaciones con Corea del Sur y China, y retiró su apoyo a la guerra estadounidense en Afganistán. Empezó a adoptar un enfoque de «asociación entre iguales» en las relaciones con Estados Unidos, alejándose de este país y orientándose hacia la construcción de una zona económica en Asia Oriental.
Pero a menos de un año de su mandato, Hotoyama dio inexplicablemente marcha atrás en la promesa de Okinawa, declarando crípticamente que la retirada de la base estadounidense sería «imposible». Poco después, su coalición empezó a tambalearse y, ante la amenaza de una moción de censura, dimitió.

Tras dos breves periodos de los primeros ministros del PDJ, el PLD recuperó el poder político dos años después, con la reelección de Shinzo Abe, dando paso a una era de neoliberalismo redoblado y de estrecha alineación con los objetivos de la política exterior estadounidense.

¿Qué ocurrió realmente? ¿Derribó Estados Unidos de forma encubierta al gobierno japonés en 2010?
Aunque esto pueda sonar inverosímil incluso para aquellos familiarizados con la historia estadounidense de intromisión en gobiernos extranjeros, ¡ni siquiera habría sido el único gobierno occidental derrocado ese año! (ver Ten years since the US-backed coup against Australian Labor PM).


Pero incluso si lo enfocamos desde fuera del ámbito político controlado, tras décadas de salarios estancados y una cultura laboral opresiva, ¿por qué los trabajadores japoneses no se han organizado para exigir mejores condiciones laborales?
Lo han hecho. Pero los miembros de organizaciones sindicales, en particular los que expresan antiamericanismo, han sido brutalmente reprimidos mediante la intimidación, el ataque y el asesinato a través de una alianza entre la CIA, el PLD y sindicatos del crimen organizado como la Yakuza.


Así, mientras que la conformidad inicial de Japón con las exigencias estadounidenses garantizaba que no tendría que pagar las reparaciones de la Segunda Guerra Mundial y su clase dirigente evitaba cualquier reforma socialista o ser juzgada en La Haya, su servilismo continuo puede ser más difícil de entender.
Sin embargo, ningún acuerdo de este tipo sería estable durante tanto tiempo sin un intercambio de contraprestaciones. Por eso, a cambio de su continua conformidad, se ha permitido a Japón jugar el papel de socio menor del imperialismo estadounidense.

Ahora, casi cuatro décadas después de los Acuerdos del Plaza, está surgiendo un escenario superficialmente similar a medida que China eclipsa económicamente a Estados Unidos, con una importante diferencia: Estados Unidos no tiene la capacidad directa de obstaculizar la economía china como hizo con Japón.


Pero no por falta de intentos.
Los esfuerzos por infiltrarse de forma similar en el sistema político chino se han visto gravemente obstaculizados en los últimos años, primero por la campaña anticorrupción iniciada bajo el mandato de Xi y después por las purgas masivas de espías de la CIA.


En contraste con el servilismo de Japón, Estados Unidos considera una gran amenaza la negativa de China a doblar la rodilla. Las repetidas rabietas de EEUU tachando a China de «manipuladora de divisas» ponen de manifiesto esta frustración.


Uno de los pilares más básicos de la soberanía es poder ajustar las propias políticas económicas y monetarias para servir mejor a su propio pueblo. Cuando EEUU impuso a Japón los desastrosos acuerdos Plaza, demostró hasta qué punto Japón sigue siendo un país ocupado.
La teoría fundacional de Marx muestra que si bien el capitalismo desarrolla primero las fuerzas productivas, se convierte inevitablemente en un muro en el camino del desarrollo ulterior, frenándolo e incluso destruyendo esas mismas fuerzas que hizo nacer.
De este modo, se está creando de nuevo una gran tensión en la estrategia monetaria mundial de Estados Unidos, que quiere un dólar fuerte para combatir la inflación y, al mismo tiempo, necesita un dólar débil para mantener la inversión extranjera y el reciclaje del dólar.

En el pasado, esta tensión podía resolverse doblegando a las economías pares, como se hizo con Japón en los años 80 y con Rusia en los 90. Pero ahora, la nueva superpotencia económica no sólo se está mostrando impermeable a los esfuerzos de Estados Unidos por subordinarla, sino que está abriendo un camino alternativo.
En 1971, John Connally, secretario del Tesoro de Richard Nixon, dijo a una delegación de europeos preocupados por las fluctuaciones de los tipos de cambio que el dólar estadounidense «es nuestra moneda, pero vuestro problema».
Pero ahora, en 2022, el «problema del dólar» vuelve a casa.