Francia quiere influencia y no quiere guerra; recuerda sus faltas de Crimea y no olvida las supersticiones de su política, no quiere marchar con Alemania ni dejarse dominar y engañar por Inglaterra, y no quiere, sobre todo, que los rusos vayan á Constantinopla, y hemos llegado por fin á esta frase estereotipada de la cuestión de Oriente. Los rusos en Constantinopla, ¿qué se perderá en ello? Que el equilibrio y la balanza se inclinarán hácia el Oriente y el Norte, pues entonces habrá interés en reforzarlo con las naciones del Sur y de Occidente, que sepan trabajar para entrar á formar parte del anfictionado europeo.
Enrique Dupuy de Lôme y Paulín, 1877
Prefiero ver los rusos en Constantinopla que tener á Inglaterra en Heligoland, en Gibraltar, en Malta, imponiéndose en los Dardanelos, comprando bonos en Egipto, cerrando todas las puertas, pareciendo, como parece, el carcelero de la humanidad. Los rusos en Constantinopla es una idea antigua que el interés de Inglaterra ha hecho correr por Europa como un peligro para esta.
Será tal vez un mal que ese poderoso imperio aparezca en el Mediterráneo; pero creemos que es peor que todas las naciones sigan la política inglesa y se vean casi todas marcadas con la bandera de la Gran Bretaña, marca tan deshonrosa como lo era el hierro del verdugo.
Preferible seria que Constantinopla fuese la capital del imperio griego, y á eso debieran haber tendido las potencias. Dos Estados fuertes al Sudeste de Europa, capaces de defenderse contra toda agresión de fuera, y con la independencia y dignidad que necesitan las naciones para vivir y prosperar, seria la solucion que estaria ménos sujeta á complicaciones para el porvenir, aunque fuera muy difícil en el presente.
La Cuestión de Oriente era ( y es) la CUESTIÓN de Europa ya en el Siglo XIX, y nuestros ilustres antepasados lo sabían muy bien. Y también conocián mucho mejor que nuestros políticos y analistas a nuestros socios anglosajones. Creo que recuperar estas dos lecturas es interesante: cualquier persona interesada en geopolítica, en nuestra historia o en la diplomacia sacará gran provecho de este material.
La primera propuesta, de la que procede la cita que abre esta entrada, es Los eslavos y Turquía : estudio histórico sobre la cuestión de Oriente (1877) de Dupuy de Lôme y Paulín, Enrique. Veamos lo que dicen de él en la página de la Real Academia de la Historia.
Valencia, 23.VIII.1851 – París (Francia), 1.VII.1904. Diplomático, político y ensayista.
Primogénito de Santiago Dupuy de Lôme, industrial sedero y alto funcionario isabelino afincado en Valencia, proveniente de una familia noble francesa oriunda de Quérézieux. Tras estudiar Derecho en la Universidad de Madrid, entró por oposición en la carrera diplomática el 18 de noviembre de 1872. Durante toda su carrera profesional destacó en temas de comercio, siendo designado, en 1890, jefe de sección de Comercio del Ministerio de Asuntos Exteriores, donde participó en las comisiones para la reducción de aranceles de aduanas y negociación de tratados de comercio. Anteriormente había participado en acuerdos internacionales en materia de liberalización del comercio del azúcar y arroz.
Como diplomático fue destinado a varias capitales europeas, americanas y asiáticas. Su primer destino fue Japón, donde, a pesar de las restricciones de libre circulación existentes, entendió y describió como futura potencia comercial y militar en la zona. Destinado en 1892 como embajador de España en Washington, lugar que ya conocía por haber sido destinado primer secretario diez años antes, se enfrentó con gran entereza y firmeza a la cuestión cubana. Su labor como embajador fue sobresaliente hasta poco antes de saltar la guerra, cuando dimitió, tras la publicación en primera página —el 9 de febrero de 1898— de una carta suya destinada a Canalejas en el New York Journal bajo el título “El peor insulto de la historia de Estados Unidos”. En dicha carta Dupuy calificaba al presidente americano McKinley de “débil y populachero”, a su vez hacía un retrato muy exacto de la situación del presidente con respecto a los sectores más duros de su partido, así como del ambiente político norteamericano. Como anécdota, cabe destacar que esa tirada del periódico del señor Hearst llegó a los ochocietos mil ejemplares. Sin embargo, la labor de Dupuy en Estados Unidos no se limitó a los informes de rigor, sino que llegó a ser un gran conocedor del país, como lo demuestra durante su viaje en 1895 y posterior estudio sobre las zonas vinícolas americanas y la gran Exposición Vinícola de San Francisco (California).
Tras su dimisión, Silvela lo nombró subsecretario del Ministerio de Estado.
Su valía hizo que fuera elegido diputado conservador por Albaida en dos legislaturas 1891-1892 y 1900-1901. Durante su primera legislatura participó activamente en la reforma arancelaria y los tratados comerciales. En la segunda ocasión dimitió al ser nombrado, en noviembre de 1900, embajador cerca del rey de Italia. Éste fue su último destino, ya que años más tarde moriría en París.
Ostentó la Gran Cruz de Carlos III y la de Isabel la Católica
La segunda propuesta es un libro del político (y presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República entre 1873 y 1874) Emilio Castelar, titulado La Cuestión de Oriente (1876). La perspectiva de un tema geopolítico aún vigente siglo y medio después, escrita por un expresidente de la Primera República me parace digna de ser leida.